viernes, marzo 29

Arroyo Florido, entre el catolicismo y el paganismo

Una comunidad otomí del municipio de Coatzintla donde los pobladores, previo a la celebración de la Semana Santa, realizan un ritual para pedir la protección del señor de las tinieblas.

Coatzintla, Ver.- El canto de las cigarras y los grillos es interrumpido por el sonido del violín y la guitarra. A lo lejos se comienza a percibir el olor a copal, el humo refleja la luz rojiza de las lámparas que opacan el brillo de las estrellas.

Nadie sabe con certeza cuando inició la tradición del carnaval, los más viejos recuerdan que llegó junto con los fundadores de la comunidad, provenientes de estados como Hidalgo y Puebla. Aquellos migrantes trajeron consigo además de sus tradiciones, su lengua materna, el otomí, a un región predominantemente totonaca.

Al fondo de la oscura calle aparecen unas figuras humanas lanzando alaridos, el golpeteo de sus pies sobre la tierra levanta nubes de polvo. Al otro extremo los pobladores ya los esperan.

El rechinido del violín hace juego con el zapateado, los aullidos enchinan la piel. Parecen almas en pena que danzan en medio de la oscuridad. Las máscaras que portan evocan a los demonios de cualquier pesadilla.

Luego de danzar durante varios minutos, las mujeres se acercan y comienzan a colocar las ofrendas sobre una tarima colocada en el suelo. Los carnavaleros danzan ahora en círculo, mientras los capitanes ayudan en la colocación de los alimentos, el café, aguardiente y unas figuras de barro que representan a los demonios.

De pronto la música es acompañada de una plegaria en otomí, en la que le piden a Satanás evite desgracias entre los capitanes y sus familias, que los proteja de enfermedades y los cuide en su vida diaria, que favorezca la siempre y permita una abundante cosecha.

Al final, los capitanes reparten las ofrendas entre la concurrencia, mientras que el resto se prepara para participar en la comilona preparada para esta ocasión.

Guillermo Hernández Negrete, indígena otomí, relata que desde niño participaba ya en esta tradición, hace más de 50 años. “Esta tradición muchos dicen que es juego, pero no, tiene alma”.

Arroyo Florido se ubica a 15 kilómetros de la cabecera municipal de Coatzintla, en la región del Totonacapan. Cuenta con 300 habitantes y al menos el 10 por ciento de ellos aún conserva el otomí como lengua materna.

Los capitanes reciben el encargo del saliente, quien les entrega una guirnalda confeccionada con flores de cempasúchil, después llevan estas flores hasta sus parcelas para pedir por sus cosechas.

En la danza participan 12 capitanes y al resto se les llama simplemente carnavaleros, según lo comenta Javier Santes Chávez, quien este año fue nombrado Primer Capitán. Advierte que esta tradición estaba a punto de perderse, en parte por lo fuerte que resulta hablar de este tema, considerado tabú entre los profesantes del cristianismo.

“Unos dicen que estamos adorando a Satanás, y sí. Son dos personas que manejan aquí en el mundo: Dios es allá arriba, Satanás lo dejaron aquí en la Tierra, en el suelo, por eso cada vez que esta hacemos esta fiesta que está ahorita, se le ofrenda un pollo, aguardiente, cuatro tazas de café, cuatro velas de cebo, pidiéndole que no te pase nada, que no te estorbe en el camino a donde vas”, comparte Guillermo Hernández.

Quienes participan en esta tradición aseguran recibir la ayuda que solicitan, quienes lo toman a juego se caen, se tropieza, se lastiman. Consideran que al ser creado por Dios, Satanás también recibió poder. “Así año con año, la costumbre que nos dejaron”.

Al final, el señor Guillermo ha repetido una plegaria para que al volver a la ciudad se nos proteja en el camino.

 

Édgar Escamilla

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