viernes, abril 19

El Presidente no tiene quien le escriba

Rubén Salazar
Director de Etellekt

Desde el 1° de diciembre de 2018, la única preocupación que ronda en la cabeza del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es la de ser recordado como el mejor de todos los mandatarios que haya tenido México a lo largo de su vida independiente. Es probable que como la bruja del cuento de Blanca Nieves, se despierte todas las mañanas a preguntarle al espejo quién es el mejor Presidente de la historia y, seguramente, no faltará que aparezca sorpresivamente por detrás algún cortesano o arlequín acomedido -de los que abundan en Palacio Nacional-, con la sonrisa de oreja a oreja, respondiéndole: ¡Usted!

Sabe perfectamente que de ser verdad no es por los resultados que acumula en su primer trienio: más de 110 mil víctimas por violencia homicida (a punto de la igualar el saldo trágico de asesinatos con Felipe Calderón); una tasa de decrecimiento económico promedio anual de -1.2 por ciento (comparado con el crecimiento promedio anual de 2.5% en el sexenio de Enrique Peña); una tasa de inflación anual mayor al 7%, no vista en las últimas dos décadas; y con un exceso de mortandad por Covid-19 y otros padecimientos no atendidos por la saturación del sistema de salud por la pandemia, que ubican a México en ese indicador (de una muestra de 100 naciones), en la décima posición mundial y en la segunda de América (The Economist, Tracking covid-19 excess deaths across countries, Febrero 14, 2022), por debajo únicamente de Perú -cuya economía en 2021, creció 13.31% (INEI, 2022), recuperándose de una caída de 11% en 2020, en contraste con los pretextos pandémicos de López Obrador para justificar la nula recuperación económica-.

Tampoco por su honestidad, la de sus colaboradores, y menos la de sus familiares, pues ahí hay muy pocas cosas que presumir que no sean mansiones suntuosas con albercas de veinte metros de largo; múltiples propiedades en México y el extranjero, que no cuadran con los ingresos declarados; cuentas bancarias o empresas fachada en paraísos fiscales; bodas fastuosas en Guatemala o Puebla, con todo y portada de la revista Hola; sobres amarillos con fajos de dinero o diezmos cobrados a la fuerza a servidores públicos de gobiernos morenistas para financiar sus campañas políticas; falsas colectas para damnificados del terremoto que pararon en sus carteras; obras públicas corruptas que costaron vidas como la Línea 12 del Metro de la capital; experimentos “cuasi científicos” inhumanos, para probar medicamentos antiparasitarios y un té para la malaria como tratamientos anticovid no autorizados por las autoridades sanitarias; y lo más reciente, conflictos de interés y tráfico de influencias -con su primogénito y esposa como protagonistas- viviendo en casas rentadas por contratistas de Pemex, o trabajando en la compañía de un multimillonario empresario hotelero que asesora al Presidente López Obrador en la construcción del Tren Maya (según confesó el propio inquilino de Palacio).

La única razón que mantiene viva la certeza de AMLO de ver algún día su nombre inscrito con letras de oro acompañado de la leyenda que lo acredite como “el mejor Presidente de todos los tiempos”, por lo menos en los libros de texto de educación básica, en la nomenclatura de alguna calle o avenida importante, o en el pedestal de una estatua con su efigie –similar a la que derribaron a la mañana siguiente de ser instalada en Huixquilucan, después que su partido perdiera el poder ahí-, es su inquebrantable e inextinguible popularidad: el legado que realmente le importa heredar a las futuras generaciones, y hasta ahora lo poco que ha sido capaz de ofrecerles como el logro más destacado de su administración, mediante infografías oficiales con el sello del “Gobierno de México”, viralizadas por su vocero y propagandistas en las redes sociales, que lo destacan –falsamente- como el segundo presidente más popular del planeta, apoyándose en una muestra que abarca apenas a los líderes de 13 de las 15 principales economías del mundo.

Ahora, con tal de no ver derrumbado ese anhelo, y ante los pobres resultados, se ha propuesto defenderlo a capa y espada, al hacer públicos de manera ilegal los sueldos y el patrimonio de comunicadores y periodistas –aun si ello implica lanzar un boomerang que termine por impactar en los periodistas de izquierda que lo respaldan- que amenazan con manchar su imagen y destruir su proyecto, el cual se limita a convertirse en un prócer a la altura de los héroes que nos dieron patria y libertad. Y como los anteriores, necesita hacer méritos para ello, o al menos aparentarlos. Que mejor que estigmatizando al periodismo crítico como el nuevo enemigo de la soberanía.

Tan empecinado está en que no le arrebaten ese derecho, que senadores de Morena han terminado por calificar a los opositores como “mercenarios y traidores a la patria”. Paralelamente, jilgueros del actual régimen han justificado las arbitrariedades y actos ilegales del presidente contra el periodismo crítico, señalando que no se trata de una afrenta a la libertad de expresión sino de una “disputa por la nación”. En el fondo, no es una lucha por la nación, sino para no terminar en prisión, imbuidos por el temor de perder la Presidencia en 2024, ante la ola de escándalos de corrupción que salpica a la corte presidencial.

Lo cierto es que la gente ya no espera demasiado de López Obrador que no sea otra cosa que su capacidad de finalizar su mandato siendo popular. Pues aun cuando en enero de 2022, el 60% de las personas encuestadas aprueban su trabajo, apenas el 37% avala su desempeño en el manejo de la economía, 29% respalda sus resultados en seguridad, y un 45% lo desaprueba en el combate a la corrupción, por 38% que opina lo contrario. Y lo más revelador: el 33% de los mexicanos creen que el país va por buen camino (Encuesta de El Financiero, enero 2022).

Llegará el día en que quienes fueron parte de este “movimiento” y el que lo encabezó, tengan que rendirle cuentas a la ciudadanía, principalmente a la porción que confío en ellos. Solo espero que cuando López Obrador insista en decirles que quiere ser más popular que Benito Juárez, y que aún le queda tiempo para cumplirlo, y el pueblo le pregunte ¿y mientras tanto, qué comemos?, no le responda lo mismo que el personaje del coronel a su esposa, en aquella épica escena final de la novela de Gabriel García Márquez, titulada “El coronel no tiene quien le escriba”.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.